04/01/2007 A mí me encantan las historias de amor como buena romántica que soy y hoy voy a contarles una: La leyenda del joven Huanguelen - [[ foto en blanco y negro de Luis en un partido de rugby]]
A mí me encantan las historias de amor como buena romántica que soy y hoy voy a contarles una de mis preferidas.
La leyenda del joven Huanguelen
Cuentan los viejos abuelos de los mapuches, que sus bisabuelos les contaron, que después de muchas vueltas de la luna en el cielo, había dioses que vivían en las montañas altas que separan el Mapu, [la tierra del pehuén -Araucarias] y los campos de pasto, del mar grande, donde se baña el sol al llegar la noche. Los dioses bajaban algunas veces a ver a la gente mapuche, para mirar sus acciones y corregir lo que estuviera mal. En esos viejos tiempos, hubo un Cacique muy poderoso, muy rico en hacienda, mujeres, caballos y sal. Muchos hombres de lanza obedecían sus mandatos. Ese Cacique tenía un hijo, hermoso y valiente, cuyo nombre era "Huanguelen" (Wangulen), que significa "lucero del alba". Desde niño, fue creciendo y entrenado, en las artes del combate, donde intervenía acompañando las lanzas de su padre en las luchas por los campos ricos en pastos más allá del río ancho y contra las tribus vecinas. Las acciones del joven eran las esperadas en todo lo externo, pero dentro, muy dentro de su vasto pecho y en lo más recóndito de su corazón ardiente, se alimentaba día tras día, noche tras noche, una gran pasión.
Huanguelen, que durante el tiempo de la oscuridad solía vagar por los campos cercanos al asentamiento principal de la tribu, descubrió en el cielo una estrella, un espíritu Wangulen [los mapuches creían que las estrellas eran antiguos espíritus mapuches que habitaban en las alturas].
Era tan hermosa que se enamoró de ella, de su luz, de su bellísima alma. En vano insistía el Cacique en que tomara mujer que debiera generar hijos de su sangre... Huanguelen no confesaba su amor, pero éste se fortalecía con el paso del tiempo: venía la nieve, llegaban las flores, volvía el calor, empezaban las lluvias. El contemplaba cada noche a la tan amada estrella.
Muchos días, consciente, de la lejanía inalcanzable de su amor, le rogó al dios Mapuche Antu, que le concediera el amor de su estrella. Al escuchar esta súplica, se apiadó el poderoso dios Pillán, Cacique entre los dioses, que no era demasiado clemente; y dispuesto a concederle el deseo, bajó de las montañas. Pero Mapu (La Tierra) se opuso a sus planes, pues deseaba al joven para ella, por su valentía y audacia; y así fue como en una lucha, una lanza atravesó el costado de Huanguelen, y la Tierra lo guardó en su seno, apoderándose de su cuerpo. Conmovido, el dios Antu transformó su alma en una nueva estrella, que se levanta cada amanecer: "el Lucero del Alba". Así, dicen los bisabuelos de los abuelos de los mapuches, que Huanguelen, el Lucero del Alba, sigue a su estrella por el cielo cada noche, y al salir el sol, se marcha, siguiéndola, más allá del mar... lejos...muyyyy lejos.
José Larralde, un gigante olvidado