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"Rincones de REFLEXIÓN". Mis hijos -Foto: de nuestra familia

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08/02/2007 "Rincones de REFLEXIÓN". Mis hijos -Foto: de nuestra familia


Si fuésemos capaces de comprender a temprana edad la Vida; a dejarnos llevar sin oponer resistencia, aceptando lo que venga como parte de la experiencia, fluyendo para crecer y permitiendo que las cosas ocurran como debe ser, tal vez nada sería como es.
Resulta difícil no mirar atrás, porque los balances son inevitables y algunos miedos aún persisten, y no siempre es fácil enfrentarnos a ellos. Se resisten a desaparecer; y por eso creo que es importante reconocerlos y no negar que están ahí.
He vivido en un permanente conflicto entre lo que deseaba hacer y en lo que no me atrevía a hacer, demasiado preocupada por no disgustar, y si por agradar a los demás, aun a costa de sacrificar mi propia felicidad.
Cuando aun no comprendía nada, de nada; me sentía culpable de muchas cosas, renegaba de otras y atiborraba de preguntas a mi mente, con preguntas como éstas: ¿Dónde está aquella niña alegre que confiaba en ti Señor y en la Divina Providencia; y que le bastaba con lo poco que tenía y no cesaba de agradecerte?
¿Dónde está la mujer fuerte que debió estar al lado de sus hijos convencida y dispuesta a enseñarles que amándote a Ti se encontrarían a ellos mismos?
¿Dónde está la esposa responsable que no ayudó a su esposo a abrirles los ojos y a no consentirles a sus hijos vivir y crecer al margen de la realidad que les tocaba?

¿Dónde mi humildad, mi tolerancia, para transmitir lo aprendido? , y que no hice por temor a mezclar la Religión con las enseñanzas de vida. No era una tarea fácil y sentía que me faltó el apoyo de mi entorno, de mi gente para reafirmar eso.
No fui capaz de encontrar respuestas para su educación espiritual. Pensé que al dejarles crecer libres sin fomentar creencias, ellos encontrarían sus propios caminos. De lo que no estoy segura es si de verdad lo encontraron.
Los hijos de estos tiempos que corren, al igual, que los hijos de otras épocas somos egoístas, déspotas, pretenciosos, soberbios, necios que confiamos más en la figuración, el status y en “Don Dinero” como clave de todo éxito.
El Hombre suele dejarse atrapar y engañar por el materialismo y las engañosas costumbres mundanas, costumbres que nos vuelven mezquinos, egoístas.
Nadie quiere sacrificios, pero si premios al menor esfuerzo, y aquí también tienen cabida los hijos a los que yo me atrevo a llamarles “cómodos” ; porque recriminan el haberles traído al mundo, nos responsabilizan de sus fracasos, nos comparan, nos juzgan, nos condenan y son en ocasiones “tiranos” de mucho cuidado.
¿Cómo pueden entonces, los padres, no estar preocupados?
¿Cómo hacer Señor que vuelvan sus ojos y sus almas hacia ti, hacia su propia divinidad? Soy responsable de que no te amen, que no te conozcan, que sean indiferentes. Dime Señor que las puertas aún no están cerradas para los míos, que no todo está perdido para ellos, dame una nueva oportunidad para que me escuchen, para amansar sus corazones, para poner luz en sus pensamientos y entendimiento en sus razonamientos para que maduren. No permitas que la soberbia anide en sus almas.
Amonesto mi irresponsabilidad, mi inmadurez, mis debilidades por no haber cumplido bien mi tarea. Hablamos lenguajes diferentes y los siento lejanos. A veces me cuesta entender su felicidad. Percibo esa felicidad desde la mezquindad, desde el ego y no alcanzo a dimensionar como perciben esa entrega. Tal vez, mi percepción sea equívoca, errónea y quizás no debería darle mayor importancia, pero la tiene, porque ellos son mi proyección. Yo soy ellos, como mis antepasados son en mí.
Por amor infinito a la divinidad que vive en mí; guía sus pasos, oriéntalos sobre la bondad y el amor, ayúdales a que experimenten el amor infinito hacia a sus semejantes, porque todos somos parte de la unidad, fuente inagotable de toda sabiduría y bienestar.
Ay, mis queridos rincones, mis añorados rincones, donde mis vivencias se hallan íntimamente impresas como los óleos al lienzo, las notas musicales en una partitura y los pensamientos en un libro.
Si pudiera volver atrás, sobre los equivocados pasos y volver a caminar con conciencia, te prometo Señor que traería a mis hijos de la mano para que los estreches en tus brazos, y puedan sentir ese amor incondicional y eterno, como hacías conmigo cada vez que acudía a Tú encuentro.
Si de algo siempre estuve segura y convencida es que si les daba amor y libre albedrío, ellos serían incondicionales a su divina esencia como lo son sus padres y aposte a que confiarían en Ti y te amarían como lo hacemos nosotros.
De verdad creo con total convicción, que los sentimientos de Amor que nacen en el corazón de los progenitores también los heredan los hijos como parte de su ADN, no así el odio ni la maldad. Entendía que sentimientos negativos como estos caminan por el mundo real pero que no tienen cabida junto al AMOR que yace en estos dos mundos : el “interior” y el “exterior”.
Nietzsche, lo expresa mejor que yo. Él sostenía que “Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del Bien y del Mal”.
No puedo negar la luz que el Espíritu de la Divinidad derrama sobre nosotros. Sé que somos bendecidos y protegidos a pesar de nuestros fallos. Los que hemos despertado, somos conscientes de los muchos inconvenientes que acarrean la tozudez, el ego y la soberbia.
Pero como es lógico pensar, no se crece sin obstáculos, sufrimientos y caídas. De ahí que consideremos que hasta esto que nos disgusta sea “perfecto” y necesario.
Personalmente en esta experiencia, sé que recibo mucho más de lo que doy y sé lo difícil que resulta comprender a un hijo que dice que quiere a su padre y al mismo tiempo hace las cosas mal.
Durante mucho tiempo me sentí triste, apesadumbrada, impotente, desgraciada y terriblemente culpable. Estuve en la oscuridad, en el fondo del abismo y después de mucho orar, Tú me has rescatado. Sé que no debía haberme sentido así de afligida. Ahora lo sé.
Todo lo banal es como una gran rueda que gira y gira aplastando todo cuanto encuentra en su camino; y una vez en marcha es difícil de parar su avance. Siempre tuve claro , aunque no lo aplicase con frecuencia a mi vida, que las únicas cosas importantes para alcanzar plenitud en el crecimiento espiritual son: la humildad, la honradez, el trabajo con responsabilidad, los compromisos sinceros, el respeto por todo lo que tenga vida y la dignidad que honra a nuestro comportamiento.
La culpa existe [en la realidad creada], cuando damos rienda suelta a los desenfrenados intentos de posesión y poderío. ¿Quién puede afirmar que alguna vez, no peco de soberbio, mentiroso, ambicioso inconformista, desagradecido, intolerante, prejuicioso, vanidoso... y ha faltado a veces a la honradez y a la verdad y ha temido, a veces, ser juzgado y catalogado como persona fracasada y también ha sentido pánico de no dar la talla de persona exitosa?
He sido vanidosa, lo confieso, y no siempre he tenido el valor de aceptar lo que nos toca en el reparto de la vida; pero nunca me he avergonzado por tener menos que los demás y sin embargo, en ocasiones y delante de ciertas personas estiradas, por orgullo he aparentado ser lo que no era.
En ocasiones, me ha faltado valor y agallas para decir en voz alta "no estoy de acuerdo", "me parece injusto" o "me marcho", especialmente en el ámbito laboral. Reconozco con indignación que he dejado que los estúpidos valores que impone una sociedad rancia me intimiden y me hagan perder el norte.
En hechos puntuales, he errado el camino, lo sé y me pesó por la incomprensión del momento. Lo bueno de equivocarnos es que podemos rectificar, aprender y aplicarlo. Sé cómo volver a rehacer lo equívoco y de lo que sí estoy segura es de que me va a tocar hacerlo muchas veces en solitario. Sin apoyos.
Luchamos para que a nuestros hijos no les faltase de nada y demasiado tarde comprendimos que fue un grave error mantenerlos alejados de nuestras preocupaciones. Ellos ahora no son capaces de valorar nuestro sacrificio.
Esconderles la verdad sobre las penurias y preocupaciones que pasamos fue un error, pues no les permitió palpar e interactuar con la realidad. Vivieron ajenos a ella; a esa realidad, a veces cruenta que nos toco como inmigrantes y sin ninguna familia en quien apoyarnos. Como es lógico, al no evidenciar problemas ni preocupaciones en nuestras vidas creo que ellos pensaron que todo nos venía regalado.
No les hemos enseñado a valerse por ellos mismos y tampoco a que nos ayuden a aliviar la pesada carga de tenerlos aún a la espalda.
Nunca nos ha pesado el trabajar ni el ayudarlos. Siempre lo hemos hecho con alegría, con entusiasmo y dedicación incondicional.
Luis ha velado por esta familia con una entrega y excelencia incondicional y pienso que nuestros hijos no deberían juzgarle superficialmente. Hubo y hay mucha carga sobre sus hombros.
Sólo por ese amor y entrega debiéramos estar agradecidos con este hombre que vela por nuestro bienestar sin exigirnos nada a cambio. Él es quien está frente al negocio trescientos sesenta y cinco días del año, sin poder desconectar de sus obligaciones, sin quejarse y feliz de dar lo mejor de sí.
Ese hombre al que muchas veces no amáis, no respetáis, no le tenéis paciencia, no le mimáis, no le cuidáis, le criticáis duramente y no lo aceptáis tal cual es; ese hombre maravilloso, genial y noble para muchísimas personas es nada menos que vuestro padre.
¿Ley de vida? ¿Quizás? pero duele y mucho la ingratitud y la indiferencia de los hijos. Él no se la merece.




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