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TOTALITARISMO - La ola, escuela de totalitarismo -Alberto Ojeda -El Cultural 30-1-2015 Fotografía Sergio Enriquz Nistal

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20/02/2017 TOTALITARISMO - La ola, escuela de totalitarismo -Alberto Ojeda -El Cultural 30-1-2015 Fotografía Sergio Enriquz Nistal


Estamos en la progre y cool California de finales de los 60. En un instituto de Palo Alto pionero en la integración racial. Blancos y negros comparten aulas, algo extrañísimo en unos Estados Unidos donde sólo un año después Luther King será baleado por el segregacionismo. Por todo el país se extiende el incendio contracultural. Un profesor de 25 años alecciona a sus alumnos sobre el nazismo y su manifestación más abyecta: el Holocausto. Para ilustrar el fervor enajenado del pueblo alemán se apoya en la proyección de las imágenes de Leni Rienfenstahl, documentalista de cabecera del führer: Los adolescentes flipan. Son incapaces de asimilar lo que están viendo. Y fusilan al profesor con una batería de preguntas, que se resumen en una sola: cómo "la gente normal" pudo permitir a un grupo de exaltados envenenar a todo el país y ejecutar un plan de exterminio masivo delante de sus narices. Lo dijo Primo Levi en el epílogo de Si esto es un hombre: en el fondo, por muchas vueltas que le demos, por muchas teorías que formulemos, es imposible articular una respuesta convincente, definitiva.

Pero Ron Jones (ese es el nombre del profesor: un tipo con mucho tirón entre los adolescentes por su juventud, idealismo e informalidad) tiene la obligación docente de dar una explicación. Es viernes, la campana suena y le acaba sacando del aprieto. A lo largo del fin de semana diseña un plan. Sus alumnos sabrán cómo una idea totalitaria, que en un principio desprecian, puede acaba conquistándoles y llevándoles a un extremismo despiadado. Sabrán que la mutación no era tan inverosímil como creen. Y lo sabrán viviéndolo en primera persona. El lunes Jones llega a clase con el semblante demudado por un gesto grave y autoritario, y escribe en la pizarra: PODER DE LA DISCIPLINA. Ahí arranca un experimento que ha dado pie a novelas, series de televisión, musicales, documentales, películas...

Aunque aquí en España apenas había trascendido hasta que se estrenó la versión cinematográfica alemana de Denis Gansel en 2008, un fenómeno de impacto internacional. El teatro también ha puesto el foco en un material tan sugestivo. Aunque los trabajos en territorio escénico no habían pasado del amateurismo hasta que el director catalán Marc Monserrat se empeñó en montar una producción que documentase lo más fielmente posible el audaz ensayo de Jones: más allá de aditamentos melodramáticos, como la historia de amor incrustada en la novela de Morton Rhue, y los crímenes insertos en la exitosa adaptación de Gansel.

Para Monserrat, con ancestros judíos represaliados en los campos de concentración, contar esta historia era una determinación íntima. Hace más de una década se enteró de que en algunos kibutz la novela de Rhue era de lectura obligatoria. Tras leerla, se puso en contacto con jones. Al comentarle su intención (recrear el experimento sin adherencias impostadas), encontró un aliado incondicional que le suministró una valiosa base documental para levantar el proyecto. Monserrat cruzó su camino con Ignacio García May, dramaturgo con una marcada querencia intelectual por los convulsos 60 norteamericanos, que acabó trabando el texto de la pieza. No fue fácil encontrar teatro para estrenarla. Fue Lluís Pasqual quién tiró la primera piedra. El Lliure la exhibió en 2013y, refrendado por el éxito de público, la repuso a principios de 2014, volviendo a concitar la curiosidad de cientos de jóvenes, muy identificados en los dilemas y agobios de los personajes. Ernesto Caballero se acercó a verla y tuvo clarísimo que quería traerla al Centro Dramático Nacional, adonde llega este viernes (30) con el mismo equipo creativo pero con diferente elenco (Xavi Mira, Alba Rivas, Javier Ballesteros...).

Jones también se desplazó a Barcelona para testar el resultado. Le encantó:"Es la versión más realista que se ha hecho. Me quedé impresionado al ver sobre el escenario una réplica exacta del aula del instituto Cubberley. Fue toparse de frente con mi pasado: los sonidos, el lenguaje corporal de los adolescentes, el mobiliario y los carteles típicamente norteamericanos, las emociones que disparan determinadas conductas, la maestría al contar la historia, la pizarra que habla, las botas desfilando, la proyección de imágenes sobre el Holocausto...", ennumera Jones a El Cultural.

Perturba profundamente cómo los chavales, hijos en su mayoría de profesionales liberales e inmersos en un entorno contestatario, que tiene en el aula plagada de pósters del Che, James Brown y simbología pacifista, abracen en tan pocos dais y con tanto entusiasmo el señuelo totalitario urdido por Jones. Recordemos que son los tiempos en que muchos jóvenes queman en piras las cartillas de reclutamiento para la guerra de Vietnam y huyen a México de la leva forzosa. Tiempos en los que la geografía estadunidense eclosionan los hippies, los Panteras Negros, la canción protesta...En fin: un estallido rebeldía que Jones, a través de una serie de ardides (sobre todo lingüísticos) desactiva entre sus alumnos en apenas unos días. Desactiva primero y tritura después, cuando sus pequeños nazis del 67 acaban vistiendo uniforme y exaltando a coro, "¡el poder de la disciplina, el poder de la comunidad y el poder de la acción."Ese es lema de La ola, el nombre con el que bautizan a un grupo que adopta modales castrenses, autoritarios y expansivos: con su saludo, sus insignias, sus informadores, sus juicios populares...

Un chamán de la palabra
"Esa fue mi gran sorpresa: la facilidad con la que renunciaron a su libertad individual por la promesa de ser superiores al resto de sus compañeros", confiesa Jones, casi medio siglo después. "Es un fenómeno que sólo puede explicarse por el ansia que todos tenemos de respuestas sencillas para complejas cuestiones sociales. Por la seguridad que nos brinda poseer identidad y el orgullo de trabajar por una causa destinada a solucionar los problemas y los miedos que debemos afrontar a diario. Y porque al identificar y vituperar al enemigo, uno empieza a sentirse superior y a trabajar para derrotarlo".

Son todas razones de peso que pueden desnortar a cualquiera que no tenga bien apuntalada la personalidad y su sistema de creencias. Pero hace falta un chamán de la palabra para detonar ese polvorín de complejos, anhelos, miedos...y Ron Jones lo era. García May lo perfila como uno de esos timadores y catedráticos del sablazo que pueblan la dramaturgia de su admirado David Mamet. "Lo que hace es una estafa ideológica. Pero su conducta es muy similar a esos vampiros capaces de venderte una casa que no es suya o un coche que no funciona y que se lanzan como tiburones sobre cualquier debilidad de sus víctimas. Él consigue manipular a los chavales jugando con las palabras. Sabe revestir conceptos como disciplina, comunidad y acción con una pátina atractiva tras la que se esconde el abismo totalitario". Jones es un trilero de la semántica que remite directamente a mucho de nuestros políticos, que, como añade García May, "encubren fines más oscuros con palabras bellas como democracia, educación, libertad, país...".

La diferencia es que a Jones le movía la buena fe. Quería mostrar la crueldad y la banalidad del totalitarismo a los muchachos, para blindarles así cuando brotase en su entorno. Algunos de ellos reconocieron después de que fue una experiencia clave en su formación cívica. Aprendieron que, como seres humanos, podían tropezar en la misma piedra y alimentar de nuevo a una bestia totalitaria que acabaría devorándoles. A pesar de ese efecto tan positivo, Jones no es partidario de inducir de nuevo a adolescentes en una probeta sociológica como la suya. "Les puse en peligro y bajo una fuerte tensión emocional". Tampoco Montserrat cree que tenga sentido incluir en los planes lectivos del bachillerato experimentos así. Le cede al teatro esa labor ejemplarizante:"Esta obra es una alarma. Lo era ya en su día cuando empezamos a trabajar en ella y lo es más ahora, cuando movimientos totalitarios y xenófobos están tomando cada vez más fuerza en Francia, Alemania, Grecia...", señala, espantado por el ascenso de Pegida, el Frente Nacional, Aurora Dorada... Son tiempos críticos, en los que la crispación del ánimo ciudadano puede abandonarse a derivas inquietantes. García May recuerda (y suscribe) la afirmación del filósofo Zizek, que vino a decir, en el momento álgido del 15 M, que no vivíamos tiempos para la acción sino para la reflexión. Un jarro de agua fría para los indignados que lo esgrimían como pensador-ariete. "Toca muy bien pensar a quién facultamos para liderar un cambio. El sistema es asqueroso y yo me alegro de que se caiga en pedazos. Pero, ojo, ahora, en la desesperación, somos más vulnerables al engaño", denuncia García May. Así que no está de más matricularse en el curso que el profesor Jones imparte estos días en el Valle-Inclán para extremar cautelas. Como hicieron ya para siempre los teenagers del Cubberley cuando su líder decidió levantar el cubilete y comprobaron que debajo no había ninguna bolita. Y que, como les reprocha su maestro en una filípica final memorable, habían escogido la mentira por encima de sus convicciones, negociado con su libertad a cambio de seguridad, corrompido el lenguaje, castigado al inocente...Concesiones que les habían emparentado con esos alemanes "normales" sobre los que se aupó el nazismo. La lección ya jamás la olvidarían: para desembocar en el infierno había bastado con doblar la esquina. ALBERTO OJEDA
"Esta obra es la versión más realista que se ha hecho. Me impresionó ver sobre el escenario una réplica exacta del instituto". Ron Jones
"Esta obra es una alrma. Ya lo era cuando empezamos y lo es más ahora, cuando movimientos totalitarios crecen en Europa". Marc Montserrat
"El sistema es asqueroso y me alegro que se caiga en pedazos. Pero, ojo, ahora, en la desesperación, somos más vulnerables al engaño". García May




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