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La visita de Lucrecia y Sergio nos trajo a la memoria el recuerdo grato de otros amigos que nos visitaron con anterioridad. Parte XIII

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13/12/2017 La visita de Lucrecia y Sergio nos trajo a la memoria el recuerdo grato de otros amigos que nos visitaron con anterioridad. Parte XIII


Mi amiga Tonona y su esposo al que todos llamábamos Don Pérez, fueron para nosotros algo así como unos segundos padres. Amorosos, serviciales, atentos, cariñosos, dispuestos, amables, y no me bastarían los adjetivos calificativos para describirlos a ambos y a su extraordinaria familia a la que Luis y yo queremos un montón.

Éramos vecinos antes de casarnos y continuamos siendo lo después. Su casa y la nuestra la separaba solo media manzana. Después de comer los mediodías, ir a su casa era un paso obligado en mi rutina diaria y solía llevar a Juan Pablo conmigo. Por entonces no teníamos otro hijo.

Tonona tenía seis retoños (Oscar, Marcela, María José, Adrián, Pablo y Roberto). Ella era maestra y muy hacendosa. Tejía y bordaba como los dioses. De ella aprendí muchísimas cosas, pero la más importante fue a tomarme la vida con humor, alegría y paciencia.

Echo mucho de menos las siestas alrededor de aquella larga mesa, donde tomábamos mate y charlábamos sobre mil cosas. La casa siempre estaba llena de gente, sólo ellos ya sumaban ocho de familia, más los amigos de los hijos que rondaban por allí a todas horas y ... de tarde en tarde solía venir una o dos hermana con su cuñados y sobrinos. El algarabío de los voces adultas e infantiles aun resuenan con cierta nostalgia en mis oídos. Era una casa llena de vida y amor. Ellos eran un ejemplo a imitar de matrimonio bien avenido. Se querían y respetaban un montón. Y yo les admiraba por su dedicación y entrega mutua.




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