04/04/2007 Carta a la Sra. María Elena Dappe de Cuenya - Rtte: Deibi Mocsáry
Mallorca, 2004
Carta dirigida a María Elena Dappe de Cuenya
Queridísima “Señorita María Elena”
Desde que la llamaba así han pasado más de tres décadas, por entonces sólo era una niña; hoy en cambio tiene frente a usted a una mujer de firmes principios, madura, equilibrada y que por sobretodo intenta ser justa y para lograrlo lucha cada día con gran tesón, pues como bien reza el dicho, la nobleza está en la madera, no en el barniz.
Esta es una buena oportunidad para decirle que la recuerdo con el mismo cariño que antaño pero que la valoro muchísimo más de cómo podía hacerlo entonces.
Como olvidar su voz y su manera inconfundible de pronunciar mi sobrenombre, ya que era usted la única persona de toda la escuela que me llamaba “Deibi” en vez de “Debi” con esa ternura que la caracterizaba. Aunque le cueste creer le confieso añoranza por aquellos años, pues fueron sencillamente “maravillosos”.
No me han faltado ocasiones para hablarles tanto a mis conocidos en esta nueva tierra como a mis hijos, de lo afortunada que fui al haber podido asistir a un centro educativo excepcional no solo por la excelente formación académica que recibí sino también por la inestimable formación humana que ha sido para mí el legado más importante que atesoré por aquellos tiempos y que siempre se lo deberé a mis madre, a mis profesores y maestros y porque no decirlo también a mis compañeras.
Hablar de mi “querida Escuela Sarmiento” fue y es un orgullo del que me agrada presumir. Hablar de ella es hablar de vivencias enriquecedoras dentro de sus aulas, de juegos como la matanza, el elástico o la rayuela que tanto nos divertían en aquel entrañable patio donde estaba la fuente y el tobogán; es recordar el rostro bondadoso de Don Valentín sentado en aquel banco de la entrada o del jardín para endulzar nuestra más inocente infancia y adolescencia, es añorar recuerdos, rincones y momentos como cuando íbamos a desayunar las tortillas, los cuernitos y las facturas calentitas con café con leche o mate cocido que nos preparaban en la cocina; o aquellos otros momentos en que recogíamos los sabrosos cocos caídos de las palmeras para luego comérnoslos sin lavar, o cuando formábamos aquella interminable hilera como de hormiguitas negras frente al bebedero de piedra para saciar nuestra sed, o sencillamente aquellos otros momentos en que íbamos a afinar la punta de los lápices en el sacapuntas atornillado sobre su escritorio.
Hablar de mi escuela, es hablar de aquella corzuela tan bonita que nos trajeron de regalo o de aquellas pacíficas palomas grises y blancas de piquitos y patitas coloradas que se detenían a comer entre nosotras las migajas que dejábamos caer, es recordar el tañer de aquella vieja y única campana que “los loritos” Juárez y López (los ordenanzas) tocaban para indicarnos el inicio y el fin de cada tiempo de recreo.
Es recordar las formaciones, los izamientos de bandera, el cántico de los Himnos, los campamentos, nuestra semana estudiantil en Septiembre llena de actividades creativas, deportivas, la sátira a los profesores, el gran baile donde más de una se enamoró por primera vez… y como hablar de mi escuela sin mencionar a nuestro querido árbol “San Antonio”, bajo cuya sombra abrasé grandes proyectos de futuro y otros tantos proyectos que soñé con los ojos abiertos.
Es recordar esos sábados por la mañana durante las actividades extra-programáticas con la señorita Celia pintando sobre aquellos caballetes de madera que colocábamos alrededor del majestuoso árbol que nos servía a su vez de cobijo e inspiración bajo su frondosa copa. Las clases de escultura, las de filatelia o taxidermia por nombrar algunas de las actividades que yo hacía.
Allí, junto a nuestro querido árbol, aún hoy, continúan celebrándose importantes actos y se pronunciaban sabios discursos.
Es recordar también con que paciencia y cariño, estos profesores o maestros nos repetían una y otra vez las cosas hasta que teníamos claros los conceptos y el tesón con que nos incentivaban. Solían sacrificar sus horas libres entre clase y clase para darnos clases de apoyo en la biblioteca y siempre los admire por esa capacidad de despertarnos el interés por aquellas asignaturas que entrañaban alguna dificultad en el aprendizaje.
Su constante entrega, apoyo y empuje han quedado grabados en mi memoria y este recuerdo lo he aplicado en todos los aspectos de mi vida para incentivar el esfuerzo, la dedicación y el ánimo de todas aquellas personas que luchan por superarse cada día y como no, también para el reconocimiento de sus labores, contribuciones a la sociedad, al prójimo y aporte inestimable a mi crecimiento personal.
Dentro de la escuela desarrollé el sentido del deber y la responsabilidad; comprendí la importancia del concepto de auto-disciplina y guiada por la mano de extraordinarios maestros y profesores aprendí valores como el respeto y la lealtad.
Pensar en mi querida escuela es extrañar mi segundo hogar. Allí concebí mis primeras ideas y en su hermosa biblioteca, mi segundo refugio bajo la tutela de la Srta. Adelita Navarro (la bibliotecaria), las nutrí y las forjé. Y todavía no se me olvida aquella frase cuya autora es la Srta. María Elena Saleme: " En la escuela Sarmiento se aprende a no caer en la pasividad estéril, en la indiferencia escéptica ni en el rechazo de las responsabilidades".
Era tanta la confianza que los profesores depositaban en nosotras que intentaba no fallarles. No se me ocurría ir sin estudiar; sentía que si no lo hacía era como traicionarles. Tampoco nunca confundí ese sentimiento de amistad que nos unía con mi sentido del deber de estudiante. También tengo que mencionar que la amabilidad, la educación, el respeto, el cariño y la comprensión que te profesaban tanto los educadores docentes como el personal administrativo dentro del centro han sido un ejemplo a imitar.
He crecido en un ambiente tan cálido, tan familiar, como irrepetible; y para mí al menos ha sido practicamente imposible encontrar algo así o parecido, donde educar a mis hijos. En lo que respecta a mi experiencia personal, que es en realidad de lo único que puedo hablar, puedo decir que me encontré en esta tierra ante una realidad triste y desbastadora. Tope con docentes déspotas, soberbios, nada pedagogos, incapaces de conectar emocionalmente con el alumnado para transmitirles sus conocimientos, y por esa razón afirme en varias ocasiones que la educación de aquí comparada con la mía personal dejaba mucho que desear y lamento tener que expresarme así. Ya me hubiese gustado, os aseguro, que las cosas fuesen diferentes.
Y no está demás, decir que valoro muchísimo la labor de aquellos otros docentes, SÍ comprometidos, que siguen aportando a la Educación ese granito de arena, y que son la excepción a la regla, porque jamás se dan por vencidos a pesar de lo dura que puedan ser las circunstancias y su labor.
Sería injusto no reconocer que todavía quedan algunos buenos profesores y maestros, aunque, desgraciadamente a la sombra de tantos otros despreocupados y desinteresados. Docentes sin vocación como me gusta llamarlos.
Y aunque no me olvido de la difícil situación que representan, en estos tiempos, algunos alumnos y padres para los educadores, quiero decir, que con afecto y respeto muchas ramas torcidas han podido ser enderezadas gracias al verdadero espíritu de vocación de los Grandes de la Enseñanza.
Un fuerte abrazo y desde siempre agradecida por esa grandeza de espíritu y la nobleza de su lucha y labor vocacional. Sé que vivirá eternamente en el corazón de todas las Sarmientinas que tuvimos la dicha de conocerla.
deibi mocsáry